¿Está en nuestro ADN ser solidarios?

 Javier Espada (4)Javier Espada Valenzuela[1] .-  Existen «thing people» (gente a la que le interesan las cosas) y «people people» (gente a la que le interesan las personas). Yo soy una «thing person» (Bill Hamilton)

En mis épocas de recaudador de fondos para organizaciones con causas sociales, la palabra altruismo era un concepto asociado solamente a donantes individuales o a familias donantes de fondos. A medida que la Responsabilidad Social Empresarial ha ido adoptando conceptos de otras ramas y ciencias también se incorporan términos como el Altruismo Empresarial o la Filantropía Corporativa. Se ha ido considerando paulatinamente a las empresas como ciudadanos corporativos dentro de la sociedad.

Las empresas, al ser personas jurídicas con derechos y obligaciones, han ido exigiendo cada vez más un tratamiento jurídico similar al de las personas naturales; esto no significa que solo puedan exigir sino que también puedan recibir sanciones. Y ya existe jurisprudencia al respecto.

En el ámbito corporativo las leyes y normas están cambiando –inclusive- en el hecho de determinar culpabilidad penal no solo a los ejecutivos sino también a la empresa. Son cada vez más los casos de empresas que reciben al menos una condena social por los impactos negativos en la sociedad, que repercuten en menores ventas, mala reputación e imagen corporativa, boicots, etc.

Altruismo, filantropía, solidaridad son valores y preocupaciones sobre el bien de la humanidad que las empresas han ido incorporando en su gestión, pero no lo han hecho por sí solas sino gracias a un equipo humano motivado por cambiar el estado de las cosas. Lograr que el Gobierno Corporativo y Alta Gerencia internalicen estos conceptos, que muchas veces no acarrean un retorno económico inmediato o posiblemente nulo, es todo un desafío. Pero, sin lugar a dudas, existe un retorno social, intangible, valorable y medible.

El artículo que escribo a continuación se basará en el Altruismo, una palabra que conlleva estudios interesantes, historias e inclusive una ecuación matemática y que podría servir a todos los evangelizadores de RSE en sus batallas de convencimiento al público empresario.

Para comenzar, la palabra altruismo proviene del francés antiguo altrui, algo así como “de los otros”. De acuerdo a la Real Academia de la Lengua Española, el altruismo se refiere a la diligencia en procurar el bien ajeno aún a costa del propio. Es definida como una conducta humana y sobre la preocupación o atención desinteresada por el otro o los otros. Lo contrario es el egoísmo.

En 1851 el filósofo francés Auguste Comte acuñó la palabra «altruisme». Consideraba que los únicos actos moralmente correctos son aquellos que intentan promover la felicidad de otros. El altruismo por regla básica debe beneficiar a otros, es voluntaria, desinteresada y no debería perseguirse un beneficio por la acción realizada. También, en el campo filosófico, John Stuart Mill defiende la teoría de que el ser humano no es naturalmente altruista, sino que necesita ser educado para llegar a serlo.

¿El altruismo nace o se hace?

Para responder a esta pregunta el altruismo ha sido estudiado también por la biología evolutiva. En etología el altruismo es un patrón de comportamiento animal por el que un individuo pone en riesgo su vida para proteger y beneficiar a otros miembros del grupo. De hecho se hicieron investigaciones que muestran que el altruismo aparece en el ser humano al cumplir los 18 meses, al igual que los chimpancés, lo que hace suponer que los seres humanos tienen una tendencia natural a ayudar a los demás. Es posible que en el proceso de construcción de la personalidad y el cómo somos criados por nuestro entorno influyan en si seguimos con esa tendencia o no. De todas formas, lo que se necesita es activar esta conducta porque habita ahí, escondida en cada uno de nosotros.

Hay dos grandes teorías para explicar el altruismo. Una de ellas se basa en una mejora desde el individuo hacia el grupo, la familia, la tribu, al final para los que comparten nuestros mismos genes. J.B.S. Haldane lo explicó humorísticamente cuando dijo que él “daría su vida por dos hermanos o por ocho primos”. Este tipo de altruismo se basa en la llamada selección por parentesco. Existen especies de aves donde el pollo mayor ayuda a criar a sus hermanos más pequeños, en vez de aprovechar éste toda la comida. En la famosa teoría de Richard Dawkins, los individuos son altruistas y los genes egoístas. Él mismo dice, “intenta enseñar compasión y altruismo, porque nacemos egoístas”. La otra gran teoría es el llamado altruismo recíproco en el que ayudamos a otros con la esperanza de ser ayudados en algún momento. En términos económicos, no haríamos una donación sino una inversión. En los estudios se menciona que es posible hacer altruismo puro y sin interés alguno sea solo una utopía, ya que inconscientemente solo se esté intentando asegurar la continuidad de la información genética del individuo altruista. Se utiliza mucho la máxima: “No hay altruismo en la naturaleza, sólo son genes cuidando de sí mismos”.  Sin embargo, en la práctica las teorías resultan insuficientes cuando se conoce acerca de historias de donantes que dan recursos o bienes para personas que viven al otro lado del mundo o que posiblemente nunca conocerán.  He visto casos así y es realmente fascinante.

Cuando conversaba con otros profesores al respecto, uno de ellos me dijo que es imposible compararnos con los animales porque hay dos factores que nosotros los humanos tenemos: Conciencia y compasión, pero también mentimos y engañamos.

Existe un moho mucilaginoso llamado Dictyostelium en el cual las células viven normalmente individuales como si fueran amebas microscópicas con reproducción asexual.  Cuando la situación ambiental empeora y falta alimento, estas células cambian su forma de actuación. Entre 10.000 y 100.000 células individuales se agrupan en una especie de pequeña babosa, capaz de desplazarse. En un momento determinado un 20% de las células forman un tallo reproductor que levanta al resto, muchas de las cuales se transforman en esporas viables. Así, ese 20% de células, que eran organismos independientes sacrifican su “futuro” para que las demás tengan una posibilidad. Lo que es interesante, pues cuando se mezclan clones de distintos grupos en la mitad de los casos todas las células colaboran de una manera limpia y en la otra mitad hay “tramposos y víctimas” donde un clon intenta que sean las células del otro clon las que formen el tallo (las víctimas) y ellas las que puedan convertirse en elementos reproductores (las tramposas). Otro ejemplo sería en insectos, donde por ejemplo, las abejas, hormigas, avispas o termitas sacrifican su vida si hace falta proteger a la reina y han sacrificado su futuro reproductor para alimentarla y cuidarla toda la vida.

Sin embargo, en el mismo reino animal el altruismo es más frecuente en animales sociales. Los vampiros regurgitan habitualmente parte de la sangre que han conseguido para alimentar a otros miembros de su colonia que no han conseguido comida esa noche asegurando así que no pasen hambre. En las aves una pareja que está criando recibe la ayuda de otros pájaros para proteger el nido de los predadores y ayudan a traer comida para los polluelos. En los monos cercopitecos, cuando uno nota la presencia de un predador se pone a gritar para avisar a sus compañeros, con lo que es rápidamente localizado y aumenta sus posibilidades de ser él el atacado.

En el grupo de profesores también recordamos que en 2007, Seung-Hui Cho, un estudiante de Virginia Tech empezó a disparar por el campus. Un profesor, Liviu Librescu bloqueó la puerta del aula para que sus estudiantes pudieran escapar. Cuando Cho se suicidó, había 32 estudiantes y profesores muertos, Librescu entre ellos. No buscaba un mejor futuro para sus genes ni recibir ningún favor a cambio. Dio la vida por sus alumnos.

En el campo matemático, la teoría más célebre es la desarrollada por George R. Price, un profesor de química de Harvard que posteriormente se involucró en el Proyecto Manhattan. Price basó su lógica matemática en el equilibro de Nash (también conocido como equilibrio del miedo), en los juegos de dos o más jugadores cada uno elige su mejor estrategia en función de la del resto de jugadores, conocida por todos. Ningún jugador gana nada modificando su estrategia si el resto no la modifica. Se trata de un término muy utilizado en economía que permite describir la situación de varias empresas que compiten por un mismo mercado, y que Price desarrolló junto al biólogo evolucionista John Maynard Smith en su estudio “La Lógica del Conflicto Animal”, publicado en la revista Nature. Éste fue posiblemente uno de los estudios más revolucionarios sobre la influencia genética en el comportamiento.

Price a partir de las teorías de Bill Hamilton, uno de los grandes evolucionistas del siglo XX, desarrolló una ecuación que ponía en relación el coste de llevar a cabo un comportamiento y el grado de parentesco con la persona beneficiada por éste. Según la regla de Hamilton (R*B>C) de selección familiar, el parentesco y el beneficio deben ser lo suficientemente grandes como para compensar el costo reproductivo del donante. En algunas ocasiones esto puede costar la vida al animal cuando salva la vida de un gran número de familiares, como ocurre con las abejas; en otras no merece la pena eliminar la posibilidad de extender nuestro gen en beneficio del de nuestros hermanos.

Price llevó un poco más lejos esta teoría que se encuentra en la base de “El gen egoísta” de Richard Dawkins, en la conocida como Ecuación de Price que se puede expresar de la siguiente manera:

La ecuación introduce matemáticamente la expresión “la supervivencia del más fuerte”. Si un rasgo se asocia con la supervivencia, se producirá con más frecuencia: es pura lógica darwiniana. Pero la segunda parte de la ecuación tiene en cuenta los factores que dificultan el proceso de la selección natural. La fórmula intenta saltar del interés individual al del grupo, y a tener en cuenta cómo los individuos egoístas ponen en peligro la supervivencia de la especie. Ante todo, sugiere que la evolución ha potenciado los rasgos de comportamiento que benefician la jerarquía biológica del gen más sencillo a la sociedad en su conjunto. Cuando nos comportamos altruistamente en realidad hemos calculado el costo y el beneficio para los que nos rodean de dicho comportamiento.

Price quiso probar en la práctica su Ecuación para demostrar que se podía ser altruista sin un interés alguno. Comenzó por deshacerse de todas sus posesiones y su dinero en favor de personas de la calle hasta llegar a vivir en la calle y en un refugio para indigentes después. Nunca pudo dar respuesta a la recurrente pregunta ¿Lo estaba haciendo porque quería, o porque estaba programado genéticamente para ello? George Price se suicidó en el invierno de 1975, posiblemente víctima del tratar de dar respuesta de forma racional y matemática cuando la filantropía, la solidaridad y el altruismo son en sí acciones evolutivas del corazón.

Price y sus predecesores no pudieron explicar por qué existen personas que no tienen nada que ver con otras, aun así son solidarias. Es posible que en nuestra propia naturaleza y ADN se encuentre la clave de la solidaridad, pero también es importante reconocer que la indiferencia crece al mismo ritmo. Existen estudios que afirman que la solidaridad, el altruismo y la filantropía tienen estrecha relación con el progreso de una Nación. A mayor solidaridad mayor progreso y viceversa. Entonces, no solo nos referimos a ser solidarios con alguien, sino lo que implica a preservar de nuestra propia especie.

Otro profesor, con quien tuve el honor de compartir algunas ideas, me preguntó:

¿Cuál es la diferencia entre involucrarse y comprometerse?

Pues yo, como buen nerd, le respondí con palabras coloquiales sobre las diferencias que encontraba. Él abrió su bolso y cogió un sándwich de mortadela y otro de huevo y me dijo: “Para hacer el sándwich de huevo la gallina se involucró en el proceso, pero sigue viva haciendo muchos otros más sándwiches. En cambio el cerdo dio verdaderamente su vida por la causa”. Involucrarse es estar; comprometerse es dar.

Yo creo que la clave radica en ser empáticos, ponernos en los zapatos del otro por el simple hecho de compartir la humanidad. Al final la especie humana junto a todas las especies está conectada entre sí, porque todo lo que damos retorna.

Ya sea que iniciemos una campaña solidaria silenciosa o queramos implementar la Responsabilidad Social en una Empresa, se requiere mucho compromiso, pasión y paciencia con la causa. Así, grano a grano, gota a gota un mundo más solidario es posible. Seamos más “people people” que “thing people”.

[1] Javier Espada Valenzuela es experto en Responsabilidad Social Empresarial en el Estado Plurinacional de Bolivia.

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